La casa vieja, frente al
mar,
con ventanas y puertas
de madera astillada,
envejecida y desgastada,
por el tiempo y el
salitre.
A la orilla del mar,
abandonada.
Sus columnas y arcos,
que antaño brillaron
y dieron esplendor,
a la casa vieja frente al
mar.
Muros de piedras, hoy
desmoronados,
por la desidia de noches
estrelladas.
Por los cientos de velas
consumidas.
Decrépitas llamas de
pequeñas antorchas,
que situaron a barcas, sin
rumbo,
sin retorno, errantes en
la mar,
desorientadas en la noche.
La casa vieja frente al
mar,
con bancales frondosos, de
vegetación enérgica.
Hoy, secos y marchitos,
muertos de sed.
Tan cerca del agua
infinita y salada.
En la orilla de mis
sueños.
Con sus cincuenta
escalones, peldaños de piedra,
hoy rotos y quebrados de no
pisar.
En el salón del té,
bebimos la ilusión,
hasta agotarla, sobre la
alfombra azul.
Paredes ocres, celeste la
cubierta,
entre un mar de cojines,
fraguamos tanto amor,
hasta acabarlo.
Hoy, veinte años después,
he vuelto,
recuerdos y nostalgia, entre
ruinas.
El salón de té y el aroma
que aún desprende,
entre columnas y arcos
cuelga un cartel:
“SE VENDE”