No me fijé en ella, hasta que nos
cortaron. Nos colocaron encima de una mesa, a una cierta distancia. Entonces,
verdaderamente, percibí el intenso color de sus pétalos, la frescura y el
descaro con la que permanecía sobre la mesa vacía. Su rostro azul salpicado de
vergonzosas y diminutas pecas amarillas me sedujo de tal manera, que pedí al
viento que me acercara un poco más a ella.
La proximidad acentuaba su
belleza. Mi presencia la ruborizó y sus pétalos brillaron, aún más. Su
fragilidad me cautivó y llamé, de nuevo, al viento. Pero esta vez le supliqué
que soplara más fuerte, que me situara junto a ella.
Una racha de viento me empujó
sobre la flor de mi vida y rozamos pétalos con pétalos, hasta que llegó la
primavera.
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